Una grieta en la pared. Tan sólo una fisura en la sólida defensa de Tigre, cuando el partido se moría. Ese agónico gol de Funes Mori y la absurda sensación de vacío. Cerca estuvo el Matador de llevarse del Monumental un punto que merecía, pero River marcó la diferencia en tiempo adicionado y se impuso por 1 a 0.
El sabor amargo que deja perder sobre la hora opaca lo que debería ser satisfacción por el óptimo rendimiento del equipo. Lució ordenado el conjunto de Caruso Lombardi. Se mostró firme en todas sus líneas y se hizo fuerte en la mitad de la cancha, desde la presencia de Diego Castaño. Supo aguantar el partido y lo hizo con buen criterio. Cerró los espacios de su adversario y buscó siempre salir jugando, sin rifar la pelota. Y desde el fútbol asociado contó con sus ocasiones. Las más claras, un remate de Galmarini que dio en el poste y dos intentos de Pasini desde media distancia.
Parecían estériles todos los intentos de River por quebrar el marcador. Y si bien creció el conjunto de Cappa en la segunda mitad, con el ingreso de Affranchino por Lanzini, no lograba inquietar demasiado al cuadro de Victoria, que esperaba agazapado y apostaba a ganarlo de contraataque. Y tuvo su chance cerca del final, en una jugada en la que los ingresados Diego Morales y Pablo Caballero no pudieron definir.
Daba la sensación de que el empate estaba sentenciado, pero con el tiempo cumplido llegó la definición. Tras un pase largo del arquero Carrizo, Ortega le ganó limpiamente la pelota a Echeverría. El jujeño desbordó por izquierda y envió un centro a la cabeza de Funes Mori, quién con el arco vacío anotó el gol definitivo.
La ira de Caruso Lombardi y su airada protesta sin sentido, tras el legítimo gol de River, es la máxima expresión de la bronca que provoca perder cuando falta tan poco. No obstante, queda la tranquilidad de saber que lo realizado fue bueno, y ello permite mirar con optimismo hacia el futuro.
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